Las dos Bolivias en confrontación



21 de octubre de 2003
Miguel Urbano Rodrigues
Traducción de Marla Muñoz para Rebelión

Una gran derrota fue infligida en Bolivia al sistema de poder imperial de
los EEUU. El sujeto de esa victoria, celebrada en toda América Latina, es el
pueblo boliviano. De lejos acompañé con emoción la subida de la marea del
levantamiento popular cuyo desenlace fue la renuncia y huida del procónsul
de Washington que ocupaba el Palacio Quemado. La pregunta "¿qué va a ocurrir
ahora?", omnipresente en el diluvio de comentarios y análisis dedicados al
acontecimiento, me hizo recordar la primera visita a La Paz. Fue hace 33
años, cuando Juan José Torres, apoyado por el pueblo, asumió la presidencia,
derrotando una intentona de generales reaccionarios. Más tarde casi fuimos
amigos. Pero ello no fue de inmediato. Al cruzar los nevados de los Andes y
descubrir La Paz tuve la sensación de que iría a bajarme en otro planeta. El
paisaje tenía algo de lunar. La mancha azul del Titicaca, un lago tan grande
como Chipre , rompía la monotonía de una planicie que se perdía en un
horizonte sin fin. Minúsculos pueblos sembraban una tierra entre el amarillo
y el ceniza. El lago, apretado por los gigantes de la Cordillera Real,
reflejaba la luz intensa de aquel techo del mundo hacia un cielo
transparente.
En el centro de una concha, La Paz. La ciudad, fundada en un hueco, creció
allí. Fue un campamento minero del cual la historia hizo la capital de un
país.
El Alto, escenario de las confrontaciones de las últimas semanas, era
entonces un conjunto de miserables barriadas a 4 000 metros de altitud, al
borde de la taza donde nació La Paz. Se desarrolló como un hongo. Hoy es una
ciudad satélite de 750 000 habitantes, la mitad de la población de la
capital. Pobre como antes.


ENTRE LA TRAGEDIA, LA EPOPEA Y LA FARSA

Viví en Bolivia acontecimientos importantes, que dejaron en mí huellas
permanentes.
Imposible olvidar los debates en la Asamblea del Pueblo, en junio de 1971,
poco antes del sangriento golpe de Hugo Banzer. Del fondo de la mina Siglo
XX y la confraternización con los mineros guardo también recuerdos
inapagables, así como de interminables charlas con algunos de los
revolucionarios más auténticos que encontré en mi andar por la vida, como
Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zabaleta, muertos, y Simón Reyes, René
Rocabado y Marcos Domich, vivos.
Intentando comprender, descubrí, con la marcha del tiempo, dos Bolivias
antagónicas, irreconciliables. Coexisten en choque permanente desde los
tiempos de la colonia y de la revolución libertadora hasta la actualidad.
Una de ellas es la Bolivia de la rebelión indígena de Tupaj Katari, en 1780,
la de la Universidad de Charcas, gran centro cultural del siglo XVIII, la de
Pedro Murillo, prócer y mártir de la independencia, de los guerrilleros
alto-peruanos, la Bolivia de la revolución de 1952, cuando los mineros y
campesinos destruyeron el ejército en combates callejeros, conduciendo a la
victoria la primera revolución progresista de América Latina.
Esa Bolivia, revolucionaria y humanista, es mal conocida. Incomoda al
imperialismo. De Washington a Londres, los gobiernos del primer mundo y los
medios de comunicación hacen lo posible para apagarle la historia, como si
fuera ficcional.
Es el retrato de la otra Bolivia , también real, que el mundo conoce.La
Bolivia que expulsó Sucre ,su primer presidente y el más puro de los heroes
bolivarianos, la Bolivia que perdió parte de su territorio en guerra
alucinatórias contra Chile,Brasil y Paraguay, el país de los cuartelazos ,de
los asesinos del che, de las matanzas de San Juan y Laikakota,de los
narcotraficantes, de los presidentes lacayos de la Casa Blanca.
Amo la primera, abomino la segunda, conciente de que la frontera entre la
Bolivia de la epopea y la de la opereta y de los golpes ni siempre aparece
dibujada con nitidez.

GONI, EL CHICAGO BOY

En estas semanas una vez más la tragedia y la farsa surgieron mezcladas.
Los acontecimientos son inseparables de una exacerbada lucha de clases.
Gonzalo Sanchez de Losada, para responder en este segundo mandato a la
creciente resistencia que su estrategia de sumisión enfrentaba -resistencia
expresa en la combatividad de las masas- optó por una política de terrorismo
de estado. Las matanzas del Chapare, en enero pp, y de La Paz, el 12 y 13 de
febrero pp (el pacenazo) enmarcaron esa escalada de violencia, que contó con
la complicidad de la OEA y el apoyo ostensivo de los EE UU. Goni se
vangloriaba, con arrogancia, de ser el empresario más rico del país y
proclamaba que solamente por la fuerza podrían sacarlo del Palacio Quemado.
El pueblo lo hizo.
El presidente que se fugó para los EEUU es responsable de la muerte de 74
ciudadanos en las últimas semanas. Vivió en aquel país gran parte de su
vida, estudió en la Universidad de Chicago, habla un castellano deficiente
con acento norteamericano y se define a sí mismo como un Chicago boy para
disipar dudas en cuanto a su fidelidad a la matriz imperial. Eso, pese a ser
licenciado en filosofía y no en economía.
En su primer mandato, entre 1993 y 1997, privatizó casi todo lo que faltaba
privatizar, desde las telecomunicaciones hasta los hidrocarburos, y acumuló
una fortuna colosal al asumir el control de minas estatales a través de
contratos fraudulentos.
El gringo Goni, como es conocido, fue el más riguroso ejecutor de la
política de destrucción de las siembras de coca, sin la contrapartida de las
culturas alternativas, lo que redujo a la miseria y la hambruna a centenares
de miles de campesinos. Clinton lo elogió por haber implantado, en el primer
mandato, una caricatura de capitalismo popular cuyo objetivo, a través de la
entrega simbólica de acciones a los trabajadores, sería la redistribución de
la riqueza. En la práctica, la concentración de capital se acentuó y el
abismo entre ricos y pobres se profundizó.
Aunque obtuvo solamente 22% de los votos en las últimas elecciones, el
Congreso lo designó presidente, por la fuerza de una de esas alianzas
sucias, tradicionales en la Bolivia de farsa.
Su corrupto Movimiento Nacional Revolucionario -heredero de la fuerza
política que traicionó la revolución de 1952- formó con ese fin una
coalición que incluyó a la derecha reaccionaria, la Nueva Fuerza
Republicana-NFR, y el MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, cuyos
dirigentes en días lejanos decían ser marxistas.
Para atender a una exigencia del FMI, Sánchez de Losada, que se había
comprometido a luchar contra la exclusión social, no vaciló en crear un
impuesto de 12% sobre los salarios de los trabajadores para «reducir el
déficit fiscal». La provocadora medida motivó una primera explosión social,
duramente reprimida. Pero el hombre no se detuvo. Al decidir exportar el
gas, a precio vil, a los EEUU, vía Chile, este presidente títere hizo
desbordar la copa de las humillaciones acumuladas.
Agotada la plata, agotado el estaño, el gas natural --cuyas reservas
probadas superan los 55 millones de millones de pies cúbicos--, aparece hoy
como el salario de Bolivia, para usar la expresión de Salvador Allende
cuando definió la importancia del cobre en Chile.
El gas natural es considerado el motor de la industrialización de un país
cuyo PIB per cápita no sobrepasa los 950 dólares. En el continente,
solamente Haití figura debajo de Bolivia en la escala de la pobreza.
El ejército sustentó al presidente hasta el momento en que lo vio solo,
abandonado por sus aliados de la Nueva Fuerza y del MIR. El embajador de los
EE UU, David Greenlee, que hablaba y actuaba como un virrey, apoyó la
represión desde el inicio.A nombre de la defensa de la democracia, claro.
Washington estaba preocupado con los hidrocarburos. Pero el Alto Comando,
ante las proporciones del levantamiento popular, optó por una actitud de
expectativa. Seguir sosteniendo a un presidente totalmente aislado colocaría
a las fuerzas armadas en una posición muy peligrosa. Pesaba también la
memoria de los choques del año 52. Y el ejército enmudeció en las horas que
precedieron a la capitulación de Sánchez de Losada.


EL NUEVO PRESIDENTE


El político inexperto que llegó al Palacio Quemado sustituyendo a Sánchez de
Losada se presentó a sí mismo como un presidente de transición. Su primer
discurso, prudente, fue muy aplaudido. Pretende convocar una Constituyente y
elecciones presidenciales antes del término del mandato. Ambas posiciones
son positivas. Pero, ¿quien lo ovacionó? Un congreso en el cual la mayoría
apoyó casi hasta el final la política criminal de Goni.
Es útil no olvidar que Carlos Mesa, como vicepresidente, actuó durante el
gobierno de Sánchez Losada como su fiel aliado. Y confiesa estar unido a él
por una gran amistad. Nunca ha ocultado su adhesión a las políticas
neoliberales del Consenso de Washington.
La CNN ya empezó a dibujarle un perfil adecuado a la circunstancia y a los
intereses de la administración Bush. Lo presenta como historiador de
prestigio, respetado. Tal perfil es fantasioso. Mesa publicó una biografía
de los presidentes de Bolivia. No conozco la obra, pero me parece improbable
que retrate con perspectiva de cientista una galería de personajes en la
cual predominan tiranos, aventureros y enemigos del pueblo, e incluso
narcotraficantes. El libro más vendido del actual presidente tiene por tema
la «epopeya del fútbol boliviano», lo que también suscita dudas en cuanto a
su talento de escritor.
¿Como llegó, se pregunta, a la presidencia un historiador que, al fin y al
cabo no parece serlo?
Su popularidad electoral resultó de la actividad desarrollada como
periodista de radio, y, después, como productor y entrevistador de un
programa de televisión llamado «De cerca».
Investido en la presidencia, pidió una tregua y lanzó un llamamiento a la
unidad nacional.
Sobran preguntas sin respuesta.
¿Qué tipo de unidad tiene en la mente?
El ejercicio del poder suele cambiar a las personas, hombres y mujeres.
Unos, pocos, mejoran; la mayoría empeora. ¿Qué metamorfosis será la de Mesa?

INCOGNITAS

En un primer comunicado emitido en La Paz, la Comisión política del Partido
Comunista de Bolivia subraya que las victoriosas movilizaciones de los
últimos días demostraron un gran desarrollo de la conciencia política del
pueblo. Pero advirtiendo contra el triunfalismo, insiste en que el arribo a
la presidencia de Carlos Mesa no significa la solución de los problemas que
aquejan al país.
El derrumbe de Sánchez de Losada resultó de un poderoso movimiento de
protesta que durante la lucha asumió un carácter casi espontáneo. El pueblo
se levantó para echar a un presidente genocida y traidor, no para tomar el
poder. Quizá hubiera podido ocupar el palacio, pero el movimiento de masas,
privado de organicidad y sin unidad de objetivos a medio plazo, no tendría
condiciones mínimas para controlar el país.
En el momento en que escribo es mi convicción que la evolución de la
situación en Bolivia es impredecible. La unidad nacional reclamada por
Marcos Domich, primer secretario del PC de Bolivia, no es la unidad de que
hablan los diputados y senadores, ni la pedida por el presidente Mesa. La
primera contempla la diversidad étnica y cultural del pueblo boliviano. No
se construye con promesas. No es posible sin la participación de los
mineros, de los campesinos, de los obreros, de los intelectuales
progresistas, de la juventud, de los indígenas. La otra unidad, falsa, es, a
fin de cuentas, la de la burguesía.
El panorama de la crisis -que persiste aunque la normalidad aparente haya
regresado a La Paz y a El Alto- continuará confuso. El ejército y la policía
regresaron a los cuarteles, las tiendas y los bancos abrieron sus puertas y
la huela general indefinida terminó.
El movimiento no tenía, ni podía tener, un programa. Falta incluso un plan
de emergencia.
Las reivindicaciones del diputado indígena Filipe Quispe son, por
maximalistas, poco realistas. Evo Morales, el líder del Movimiento Al
Socialismo-MAS, tampoco ha expuesto hasta ahora, con claridad, su actitud
ante la fase de «transición» que se inicia. Su movimiento cumplió un
importante papel en las luchas que provocaron la caída de Goni. Pero, ¿qué
es finalmente el MAS? Escuché a Evo en México y La Habana en diferentes
ocasiones. Y su discurso, tal como su visión sobre la historia, refleja la
ausencia de una opción ideológica estructurada.
La Central Obrera Boliviana, la más influyente organización de masas,
dialoga en el momento actual con el nuevo presidente cuyo gobierno no
incluirá representantes de cualquier partido ( pero cuenta con algunos
empresarios defensores del modelo neoliberal). Le ofreció su colaboración
siempre que él respete compromisos asumidos.
Sería deseable que un eventual acuerdo incidiera sobre las grandes
reivindicaciones del pueblo, colocando en un segundo plano las que pueden
acabar por romper la unidad de las masas que tiende ahora a hacerse frágil.
Hay que recordar que las movilizaciones de septiembre empezaron y crecieron
con cuatro consignas básicas: «No a la venta del gas», «el rechazo al nuevo
código tributario», «la anulación de la ley de la seguridad ciudadana» y «el
rechazo al ALCA». Al inicio hubo más planteamientos, pero fueron
reduciéndose, concentrándose en los mencionados. Su defensa intransigente es
absolutamente indispensable, tal como la convocatoria de la Constituyente.
La posición del presidente Mesa frente a Washington será determinante para
la evaluación de su disponibilidad y capacidad para honrar los compromisos
asumidos. El gobierno Bush, que sustentó a su Chicago boy hasta el último
cuarto de hora, intentará intervenir de múltiples maneras en el proceso de
«transición» para sabotearlo. Las provocaciones ya están en las calles. El
fascismo -como afirma el PCB-, la ultra izquierda y el regionalismo
exacerbado, una vez más, muestran el rostro.
La extrema heterogeneidad de las fuerzas que han derrocado a Sánchez de
Losada no facilita la elaboración de un proyecto de programa de gobierno
consensual a ser presentado al presidente de la república.
Exigir lo imposible en estas horas es prestar un servicio a los enemigos de
Bolivia.
El levantamiento popular no abrió las puertas a un cambio revolucionario. La
relación de fuerzas existente no lo hubiera permitido. No estaban reunidas
las condiciones mínimas. Las fuerzas armadas volvieron a los cuarteles, pero
el cuerpo de oficiales es, en los grados superiores, mayoritariamente
constituido por militares moldeados por la mentalidad profundamente
anticomunista de los ideólogos del Comando Sur de los EEUU. Es significativo
que un grupo de oficiales de ese comando haya viajado inmediatamente a La
Paz.
No hay que olvidar tampoco que ninguna revolución séria es posible sin una
organización de vanguardia poderosa, bien implantada entre las masas. Tal
organización no existe todavía en Bolivia.


XXX
La vida me proporcionó la oportunidad de ser testigo de algunos
acontecimientos que han dejado huellas en la historia contemporánea.
Bolivia ha sido uno de los países donde eso ocurrió. Habría sido
gratificante para mí encontrarme allí la semana pasada, caminar por las
calles con amigos y camaradas de muchas batallas, inquebrantables en su
fidelidad al compromiso revolucionario.
No fue posible. Pero he sentido que la lucha actual del pueblo boliviano es
también mía. Seguí hora a hora, por la Internet, el desarrollo torrencial de
la crisis. La familiaridad con el escenario me permitía imaginar la
represión en El Alto, ver las minas, acompañar la marcha de las columnas de
campesinos por los valles y páramos de la cordillera, el avance de las
grandes manifestaciones en La Paz.
Casi veía como telón de fondo de las muchedumbres las nieves eternas del
Illimani, la más bella montaña andina, el cerro mágico que para los aymaras
habla, siente y ama como si fuera humano.
Celebré como si estuviera allí la derrota de Sánchez de Losada y del
imperialismo. Las luchas del pueblo boliviano se insertan en el combate de
la humanidad progresista contra el monstruoso proyecto de sociedad impuesto
por un sistema de poder que amenaza la continuidad de la vida en la Tierra.


La Habana, 19 de Octubre de 2003.
El original portugués de este artículo se encuentra en http//:
resistir.resistir.info