Argentina: Los trabajadores toman las riendas de las empresas en ruinas




Con la única misión de mantener sus puestos de trabajo para alimentar
a sus familias y convencidos de que es casi imposible conseguir un
empleo, obreros de unas 1.800 empresas que cayeron en quiebra tomaron
el control del negocio para evitar su desaparición.

Las finanzas de la mayoría de las pequeñas y medianas empresas se
desplomaron en los últimos años al depresivo ritmo de una profunda
crisis económica que ya dejó a una de cada cinco personas sin empleo y
a más de la mitad de la población en la pobreza. 'Lo que nosotros
hicimos fue una cosa de locos. Solamente un loco puede hacer eso
considerando que nosotros no teníamos contacto con los clientes ni
nada', dijo Horacio Campos, presidente de la metalúrgica Impa, que
desde hace cuatro años es gestionada por los trabajadores. 'Lo hicimos
por desesperación. No teníamos adónde ir y nos jugamos. Nos salió bien
y hoy podemos contar el cuento', agregó Campos, que antes se
desempeñaba como mecánico en laminación.

Según la Federación de Cámaras y Centros Comerciales de la República
Argentina, unas 1.800, de un total de 200.000 pequeñas y medianas
empresas en el país, son manejadas por sus empleados luego de haber
quedado a la deriva cuando sus titulares las dejaron en bancarrota.
Una vez que una empresa ha caído en quiebra, los trabajadores pueden
pedir al gobierno que la transforme en una cooperativa para evitar la
liquidación de los activos. Obtenido ese permiso, la empresa es ya de
los empleados y no puede ser reclamada por los anteriores dueños.

Durante la segunda mitad de la década de 1990, la creciente presión
tributaria impuesta por los gobiernos para financiar su déficit, una
constante alza en el costo de los servicios públicos, las altas tasas
de interés y la pérdida de mercado frente a las importaciones -con un
régimen cambiario que las beneficiaba- dejaron a las firmas locales
sin oxígeno. A esta situación se sumó la inestabilidad política que
sufre el país desde mediados del 2000, lo que generó una retracción en
el consumo interno, una situación letal para las empresas. 'Sus
propios dueños no intentan recuperar la empresa dada la inestabilidad
económica y financiera del país y entonces son los mismos obreros, por
la necesidad obvia de mantener las fuentes de trabajo, que se lanzan a
esta propuesta', dijo el titular de Fedecámaras. 'Pero si no tienen
los recursos necesarios ni el financiamiento necesario, van a hacer
esfuerzos que lamentablemente pueden ser inútiles en un futuro, si no
se resuelve la problemática de la política económica integral',
agregó.

La fábrica cultural. Creada con capitales alemanes a principios del
siglo XX, la metalúrgica Impa empezó a funcionar en Buenos Aires como
cooperativa en 1961, pero era administrada por una comisión cuyos
miembros, según Campos, no respetaban el espíritu cooperativista, y
desde 1997 'empezaron los problemas con los sueldos'. 'Nos hacían
esperar hasta las 5 o 6 de la tarde para darnos unos pesos: a veces no
nos daban nada y otros nos daban dos, tres o cinco pesos (en momentos
en que estaba vigente en el país un sistema de convertibilidad según
el cual un peso equivalía a un dólar)', contó Campos. Finalmente, unas
50 personas, entre trabajadores y otros que habían sido despedidos,
tomaron la fábrica durante 18 días hasta que la comisión directiva
terminó aceptando que sean los propios trabajadores quienes controlen
la empresa. Hoy, Campos es el presidente de Impa, que fabrica pomos
envases y papel de aluminio, pero las decisiones son tomadas por un
grupo de consejeros integrado por trabajadores. 'Y si la decisión es
muy seria se resuelve en la asamblea, que está integrada por todos los
asociados, que son los trabajadores', explicó Campos. En Impa, todos
los trabajadores cobran lo mismo, sin importar el cargo que ocupen.
'Aquí no se dice sueldo o salario, sino retiro a cuenta de resultados.
De acuerdo con la facturación que se hace, uno va a mejorar. Si mejora
la facturación, va aumentando lo que recibe cada uno', señaló Campos.
En los últimos meses, cada empleado se llevó entre 750 y 800 pesos por
mes, pese a que la empresa aún sigue pagando deudas que dejó la
administración anterior. Con 150 obreros e ingresos de alrededor de
152.000 dólares, frente a los 200.000 dólares que obtenía en 1997,
Impa se convirtió en el modelo a seguir para otras empresas
autogestionadas. Y, además, es conocida como 'la fábrica cultural',
porque destina un sector de sus instalaciones a distintas actividades
culturales, como talleres de plástica, cerámica, idioma, música y
proyecciones cinematográficas.

Más reciente es la historia de la imprenta Chilavert Artes Gráficas,
ubicada en el popular barrio de Pompeya. Las instalaciones pertenecían
a la empresa Gaglianone S.A., empresa familiar fundada por un
inmigrante italiano en 1923. Pero en mayo de 2002, el propietario
presentó la quiebra. Sus trabajadores decidieron formar una
cooperativa y reabrieron las puertas esta semana. 'En realidad no fue
algo que planeamos, no tuvimos más remedio que hacer esto. La
situación en que nos quedábamos nosotros con el cierre de la empresa
era terrible y con una deuda de salario enorme. Quedábamos en la
calle, sin nada', dijo Ernesto González, empleado de la imprenta. 'No
nos dejaron más alternativa. De la quiebra no íbamos a cobrar nada y
aunque cobráramos, eso se iba a acabar pronto y conseguir un trabajo
ahora es casi imposible', agregó.

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