dal Brasile



Marcelo Coelho
Columnista de la Folha de Sao Paulo
Fin del mundo, invasión marciana, Godzilla, King Kong: el ataque al
WTC imita a un film de catástrofe, de esto no hay dudas.  El cine
norteamericano ha ciertamente inspirado a los autores de esta
barbaridad, inclusive por el mismo sentido del espectáculo, por el
ritmo estudiado y preciso con que las escenas de horror se sucedieron.
No voy a decir que dios es grande, sino que Spielberg es su profeta.

La cuestión quizá sea otra.  Se trata de saber si las profecías de
Hollywood - la tan mentada "fábrica de sueños" - corresponden a algún
deseo secreto de la sociedad norteamericana.  No pretende hacer
sicoanálisis barato, y es claro que ninguno quiere ver millares de
inocentes sacrificados en nombre de no sé qué principio religioso o
doctrina política.  Pero un ataque brutal, simultáneo, imprevisto,
cobarde, sin declaración de guerra, fruto de la más elemental
estupidez, funciona perfectamente para que el inmenso potencial bélico
americano ahora pueda ser empleado sin los supuestos buenos modales de
país civilizado.  Somos buenos, justos, liberales, OK, pero Uds. se
pasaron de la raya y ahora van a tener lo que se merecen: éste es
básicamente el argumento de todo film norteamericano.

El problema es que, hasta ahora, los incontables bombardeos y actos de
terror protagonizados por los EEUU tenían adversarios remotos,
distancias justificativas.  ¿Cuántos millares de niños murieron en los
bombardeos a Irak?  ¿Cuántos civiles fueron asesinados por "fallas
técnicas" en los ataques a Serbia?  ¿Cómo puede condenarse el
terrorismo después de haber utilizado el napalm en Vietnam?  Para no
hablar de Hiroshima y Nagasaki.

Con el ataque al WTC y al Pentágono, las cosas se hacen menos
complicadas.  El foco narrativo gana nitidez: es el momento de que
John Wayne entre en escena, y él no necesita dar muchas explicaciones
sobre geopolítica, no tiene que perder el tiempo exponiendo los
intrincados problemas de los Balcanes o de Oriente Medio.

¿Ataque terrorista?  No sé si es bueno este término.  Una cosa es la
acción de un grupo extremista contra un Estado constituido - las
bombas de la ETA, por ejemplo.  Otra cosa es un enfrentamiento
internacional que, en vez del tradicional choque entre ejércitos, se
expresa por una alternancia de atentados bárbaros sobre la población
civil.  La autoría del último atentado es desconocida, pero no hay
duda sobre las fuerzas que están en guerra.  Una guerra discontinua,
anónima, de tipo viral, pero guerra al fin.

Si me preguntaran, es claro que prefiero Bush a bin Laden, los
republicanos a los talibanes.  Pero no es obligatorio pensar si es
mejor bombardear Manhattan o destruir Kabul.

Leo el discurso de Bush.  "Los EEUU fueron el blanco de los ataques
porque somos la más resplandeciente llama de la libertad y de las
oportunidades en el mundo.  Nadie impedirá que esa luz siga
 brillando."  Es un poco fundamentalista para mi gusto, y esa llama de
la libertad ya mató demasiada gente.

Un ensayista que respeto mucho, el portugués Eduardo Lourenço, declara
que las dos torres destruidas "eran un símbolo de la fuerza económica
y de la potencia política de los EEUU, pero también un patrimonio de
la cultura occidental del siglo 20, un marco de la cultura moderna".
¿Patrimonio de la cultura moderna?  No lo sabía.

Como todos, vi con estupefacción la escena de niños y adultos
palestinos conmemorando el asesinato con banderas y bocinazos, como si
fuera una victoria de fútbol.  Actitud detestable la de estos
palestinos, pero no es suficiente para que sean bombardeados.  Lamento
las víctimas norteamericanas, no que el Pentágono haya sido alcanzado
por un avión.

Uno de los niños aparece en el video con la camiseta de la selección
brasileña.  Esto no viene mucho al caso, sólo observaré que no hay por
qué adoptar un clima de torcida, mucho menos cuando los hooligans
están sueltos.


Nello

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