Fw: [ATTAC] INFORMATIVO 676 -



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Sent: Monday, October 08, 2012 1:32 PM
Subject: [ATTAC] INFORMATIVO 676 - Oligarquía, austeridad, represión

 

Latinoamérica

NO HAY CAMINO PARA LA PAZ EN COLOMBIA, LA PAZ ES EL CAMINO De las muchas adversidades que atraviesan nuestras sociedades, la guerra sin duda es la peor de todas ellas. La guerra destruye el tejido social y se convierte en el mayor obstáculo para la convivencia y la felicidad humana. La guerra no solo impide resolver los demás problemas que aquejan a un país, sino que los incrementa y agrava.
CHILE, DE CAMILO A CAMILA Dos figuras actuales del quehacer político nacional dan buena cuenta de un cambio de época que se está dando en nuestra sociedad. El contraste entre Camila Vallejo y Camilo Escalona marca el ocaso de una manera de concebir la política y la historia, y el advenimiento de un nuevo horizonte.

Latinoamérica

NO HAY CAMINO PARA LA PAZ EN COLOMBIA, LA PAZ ES EL CAMINO

Alberto Acosta

4De las muchas adversidades que atraviesan nuestras sociedades, la guerra sin duda es la peor de todas ellas. La guerra destruye el tejido social y se convierte en el mayor obstáculo para la convivencia y la felicidad humana. La guerra no solo impide resolver los demás problemas que aquejan a un país, sino que los incrementa y agrava.

Colombia lleva seis décadas padeciendo una guerra interna que, a estas alturas de la Historia, perdió sentido y justificación. Los incontables intentos por resolver el conflicto armado han sido un agotador peregrinaje hacia la frustración y el desencanto, un espinoso tránsito por la intolerancia y la intransigencia de actores que han visto en la paz la principal amenaza a sus intereses.

Colombia necesita la paz más que nunca, y se la merece. Un pueblo que, pese a semejante calamidad, ha sido capaz de mantener su alegría, su creatividad y su empuje no puede someterse a la fatalidad de la violencia.

El Ecuador también necesita la paz de Colombia. Por conciencia política, por solidaridad humana, por hermandad entre los pueblos, porque es indispensable la plena integración para avanzar en la solución de nuestros comunes problemas y por necesidad nacional no podemos permanecer indiferentes a un conflicto armado que nos afecta cada vez de mayor manera. La violencia y la inseguridad que se han instalado en las zonas de frontera lentamente se extienden hacia el resto de nuestro país. Cada día que pasa las secuelas de la guerra se incrementan y se vuelven más inmanejables.

Hoy se ha abierto una nueva posibilidad para la paz en el país vecino, aunque recordando a Mahatma Gandhi, digamos que no hay camino para la paz, la paz es el camino.

Por primera vez desde hace muchos años, parece posible llegar a un acuerdo para concluir la guerra interna en Colombia. No solo porque se ha demostrado voluntad de diálogo, sino porqué también se ha desarrollado conciencia sobre la inutilidad del conflicto.

Cristalizar esta realidad requiere del apoyo de todas las naciones del mundo, pero en particular de aquellas que han compartido una historia común y una vecindad basada en la fraternidad. Si la historia de Colombia ocupa un lugar preferencial en nuestra identidad nacional, también deben ocuparlo las contrariedades que hoy afectan a nuestros hermanos y hermanas colombianos.

Es por ello que sorprende que en el actual proceso de diálogo iniciado entre el gobierno de Colombia y la insurgencia, el gobierno ecuatoriano y el país brillen por su nulo protagonismo. Incluso desde una posición egoísta deberíamos actuar. Hemos sido y somos la nación vecina más perjudicada por ese conflicto y, en tal virtud, deberíamos ser parte fundamental de dicho proceso en calidad de acompañantes, facilitadores y garantes. Pero sobre todo deberíamos apoyar este proceso por nuestro compromiso solidario con la vida.

Lamentablemente, la errática política internacional ecuatoriana, más preocupada de lo que pasa en Libia o Irán que lo que sucede en el país vecino, ha impedido al Ecuador sostener una postura clara a favor de la resolución negociada del conflicto colombiano. Al parecer, no proyectamos una posición suficientemente confiable como para ser convidados al proceso. La ambigüedad diplomática demostrada en los últimos años le ha impedido al Ecuador refrendar una postura de inconfundible neutralidad, factor indispensable para garantizar un aporte constructivo a las negociaciones.

Un compromiso irrestricto para que la paz sea el camino no puede tener más propósito que el bienestar y la felicidad del pueblo colombiano, por encima de las fuerzas y actores en conflicto. Y esa noble aspiración, estoy seguro, cuenta con la aceptación de todos los ecuatorianos y ecuatorianas que condenan el sufrimiento prolongado del pueblo colombiano, a la par que temen, con justa razón, la creciente propagación del conflicto colombiano más allá de sus fronteras. Ni Colombia ni su pueblo pueden ser presa de intereses perversos internos, ni de juegos geopolíticos instigados desde las grandes potencias.

Hay un pueblo que lucha denodada e inquebrantablemente por la paz, que sin claudicar a sus aspiraciones ha expresado su hastío con una violencia que no da tregua, que con paciencia y obstinación ha sabido sobreponerse al infortunio de la guerra. Es hora de que el mundo, América Latina y de manera especial el Ecuador contribuyan con esa causa sublime. Nuestro futuro gobierno, el gobierno de la Unidad Plurinacional, superando los desentendimientos y errores que han impedido que el país aporte activa y decididamente al proceso de paz colombiano, se comprometerá con absoluta neutralidad a la consecución de una solución que ponga en primer lugar la esperanza del pueblo colombiano en una paz duradera y en una democracia plena como mecanismos para superar las causas profundas de este doloroso conflicto.

¡Todo para la Patria, nada para nosotros! Quito, 1 de octubre de 2012

Alberto Acosta Candidato presidencial de la Unidad Plurinacional

CHILE DE CAMILO A CAMILA

Álvaro Villarraga Sarmiento Cuadra

5Dos figuras actuales del quehacer político nacional dan buena cuenta de un cambio de época que se está dando en nuestra sociedad. El contraste entre Camila Vallejo y Camilo Escalona marca el ocaso de una manera de concebir la política y la historia, y el advenimiento de un nuevo horizonte. Si hacia fines de los años ochenta la cuestión era enfrentar a una cruenta dictadura militar, el presente está marcado por el imperativo de profundizar una democracia que deje atrás la herencia autoritaria.

Para el senador Escalona, se trata de insistir en aquel viejo diseño que rindió sus exiguos frutos hace dos décadas. Insistir en mínimas reformas a la constitución a través de los mecanismos institucionales, desestimando cualquier cambio mayor. Su visión política no podría ser sino aquella aprendida en la década de los noventa durante los primeros años concertacionistas, un mundo en que lo político era administrado por partidos y en que todo se resolvía “en la medida de lo posible”. Un pastiche republicano escasamente democrático, no exento de insanas complicidades y corruptelas. Un mundo, en fin, en que una derecha insolente termina por condicionar los límites de cualquier propuesta reformista, mientras Pinochet envejecía amenazante e impune.

Camila Vallejo pertenece a una nueva generación, una nueva “sensibilidad” que, en su gran mayoría, se siente insatisfecha con la sociedad chilena actual. Los jóvenes de hoy tienen la suficiente lucidez para advertir que el país requiere una democracia mucho más profunda y participativa que aquella impuesta por el cerco de extrema derecha que todavía nos rige. Este sentimiento es compartido, desde luego, por muchos compatriotas. En este sentido, la figura de Camila excede una “demanda generacional” para instalarse como una demanda política en el seno de los movimientos sociales. A diferencia de Escalona, los dirigentes juveniles de hoy miran con desconfianza a una “clase política” que, al fin de cuentas, se ha hecho cómplice del injusto estado de cosas atrapada en su telaraña de intereses e ideas tan mezquinas como añejas.

Al señalar el tránsito de Camilo a Camila, indicamos un ocaso y un nacimiento, que nos remite a dos momentos históricos muy diversos. Camilo representa un modelo reformista débil y condicionado que administró el país por dos décadas con los magros resultados que conocemos. Camila representa el anhelo de amplios sectores de chilenos por avanzar hacia una democracia más plena que salvaguarde los intereses del país y de sus ciudadanos. No se trata de una querella generacional, en el sentido etario: Se trata más bien del contraste de dos “sensibilidades” que caracterizan dos momentos muy distintos de nuestra historia reciente. Lo que se juega en este tránsito es, ni más ni menos, el tipo de democracia que anhelamos para Chile en su presente y en su futuro.

Álvaro Cuadraes investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales. ARCIS. Autor de Manifestaciones Estudiantiles en Chile - Cultura de la protesta: Protesta de la cultura (http://alainet.org/active/57490)

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