Oaxaca



Huajuapan, Oaxaca.- Toda la mañana del domingo, desde su encierro en la
cárcel de Tlacolula, Francisco mareaba a los guardias con su terco
sonsonete: "Señor, ¿a qué horas voy a ver a mi mamá? ¡Quiero ver a mi
mamá!".

Su cantaleta de niño de nueve años ayudó a que los otros pequeños presos
que tenía a su lado también consiguieran el permiso de abrazar a sus
madres, recluidas en el mismo penal. Los minutos que duró el reencuentro
acariciaron los golpes de ellas, recibieron la bendición materna y
lloraron juntos, antes de que las trasladaran al penal de alta seguridad
de Nayarit.

Sólo en la colonia popular llamada San Juan Diego-El Fenic, el sábado 25
de noviembre -el día de la marcha de antiulisistas en la capital- cuatro
niños fueron capturados por elementos de las policías Federal Preventiva
y estatal. Los reos más pequeños del conflicto, motivado por la
inconformidad contra el gobernador Ulises Ruiz, tienen nueve, diez, 12 y
13 años.

Ellos vieron la golpiza que recibieron los adultos (entre ellos sus mamás
y hermanos mayores), durmieron encerrados bajo llave, soportaron extensos
interrogatorios, pasaron hambre, fueron incomunicados y sus cuerpos
esculcados en busca de explosivos.

Una de ellas, Miriam, la más grande, fue amarrada de las manos y obligada
a mantenerse en cuclillas, como los adultos. El martes todos fueron
excarcelados, pero no liberados del todo: periódicamente tienen que
firmar su libertad, aunque todavía ni firma tienen. La pena por los
delitos que se les imputa es más larga que sus años de vida: incendio de
edificios, saqueo, sedición y uso de explosivos.

Los niños son también los primeros excarcelados que pueden decir qué pasó
la noche del 25, cuando la policía extendió una gran red que arrastró a
todo el que caminaba por la calle.

"Los policías nos preguntaron que si llevábamos armas y nos llevaron al
zócalo, nos sentaron. Nos amarraron por detrás nuestras manos, nos
llevaron a la cárcel de Tlacolula. Me quitaron mis dos chamarras y mis
agujetas, me metieron con una señora.

"A los hombres los golpeaban, les jalaban sus cabellos, a las señoras les
dieron cachetadas, les pegaban en la cabeza, que porque no podían hablar
bien el español", dice Mayra Maceda, la de 13, que hasta la semana pasada
estuvo en las listas de desaparecida.

Ella fue a la marcha en representación de su papá, que es ayudante de
albañil y no consiguió permiso para faltar al trabajo para cumplir la
cuota al Fenic. Iba emocionada, pero de eso no le queda ni una pizca.
Jacobo, su papá, se culpa de la dejadez de haberla mandado en su
representación.

Me desapartaron de mamá
Afuera de su casa, calladito, mirando siempre el piso, está Francisco
Santos Reyes, el huérfano más pequeño de la marcha del día 25. La
manifestación que le arrebató el mismo día a su mamá, Juana Magdalena, y
a su hermana Paula. "No platica nada, nomás que le agarró la policía su
brazo y lo aventó pa' llá, que a la mamá le jalaron su cabello, que a
mi'ja Paula le metieron un fierro (esposas) ése bien feo que le ponen en
la mano y dice que se hinchó feo la mano de su hermana", cuenta Fernando
Lorenzo, su papá, que se ve angustiado por el retraimiento de su
chiquito.

"Lo único que habla es que cuándo viene su mamá, por eso le dije que a lo
mejor ya va a venir", agrega.

Lo dice al regresar con las credenciales de elector de las dos detenidas
de la familia, la única prueba que tiene de su existencia, ya que no
tiene ninguna foto de ellas. Le dice también a Francisco que corra a casa
por su acta de nacimiento, porque ambos dudan de si tiene ocho o nueve
años.

"Cuando llegó la policía nos llevaron donde había muchos policías (el
zócalo). Nos metieron en el autobús y allí nos desapartaron. A nosotros
los policías nos pusieron de un lado y a las mamás del otro. Las mujeres
policías les estaban preguntando cómo se llamaban, les jalaban su pelo,
le dieron patadas y cachetadas", recuerda.

Vi cuando la golpearon
Cuando la señora Bernardita Ortiz Bautista se enteró de la marcha en la
capital, alistó a sus dos niñas mayorcitas, Beatriz Belén, de 12, y
Rosalba, de diez, y pidió a su hijo Alejandro, el que ya va al Conalep,
que las acompañara. Pensaba que si marchaba podrían inscribirla al padrón
de Oportunidades.

Caminaron bajo el sol, como los maestros, e hicieron el cerco humano a la
PFP para exigirle salir de Oaxaca. Fue a bordo de la suburban que
agarraron a la familia.

"Llegaron los policías y nos dijeron que alzáramos las manos, yo me
espanté, pensé que me iban a matar. Mi mamá y yo lloramos. Nos dijeron
que cerráramos los ojos para no ver a dónde nos llevaron, pero yo sí vi.
En un lugar donde hay una iglesia y muchos policías nos revisaron todo
nuestro cuerpo, mochilas y nos preguntaban si traíamos cohetes", dice
Rosalba, la que se apuntó a la marcha para conocer Oaxaca por primera
vez.

Ahí separaron a las niñas de Bernardita, que ya iba amarrada. Vieron cómo
una mujer policía le pegaba con un palo largo (tolete) para que caminara
rápido. En Tlacolula la volvieron a ver, también a su hermano.

"Eran muchos hombres, como 50 o 100, algunos iban hinchados, un señor lo
golpearon bien feo, le sacaron su ojo, le dijeron que caminara más rápido
o le pegaban. Luego mandaron a las mamás a una casa, luego ya supe que
era la cárcel. Mamá no volteó porque la agarraban del cabello y no las
dejaban ver, y los policías nos dijeron que si seguimos platicando nos
iban a golpear como los hombres", sigue la más chica.

Todos los niños estuvieron media hora afuera de la cárcel, sentados. Más
tarde los llevaron a cuartos con cama, y les dieron una cobija. Hasta el
domingo al medio día se acordaron de que necesitaban comida y les dieron
su ración del día: salsa de huevo y un vaso de agua.

Toda la mañana, Francisco estuvo exigiendo ver a su mamá, lo repetía cada
10 minutos.

Gracias a su insistencia, Rosalba y Belén vieron a Bernardita.

"Mi mamá me contó el domingo que le dieron dos patadas, no sé cuantas
cachetadas, aparte le jalaron el cabello. Estaba triste y roja de su
cara. Había llorado toda la noche, y cuando la vimos empezó a llorar, nos
abrazamos, nos preguntó si nos habían pegado, si teníamos cobija y
comida, me dijo que ya no llore, y después se la llevaron", dice Belén,
seria, muy seria.

El lunes, a las 5 de la mañana, los niños fueron llevados al Tutelar de
Menores. Dicen que ahí un señor les dijo que ya no iban a ver más a sus
mamás y los interrogaron. En el camino fueron llevados con un señor
-"hinchado, le habían partido su cabeza"-, a quien dejaron en una
clínica.

"Me preguntaban que qué hacía en Oaxaca, que si había quemado cosas,
aventado bombas, cohetes, les dije que yo no me metí en la pelea, me
dijeron que si les decía dónde vivía me iban a llevar con mi papá, y les
dije la verdad y ellos me dijeron mentiras porque me llevaron a
Tlacolula", dice Rosalba.

Su casa es un jacal de lámina, un cuadro hace seis años fraccionado. De
atrás de la lámina salen cuatro niños más pequeños, sus hermanitos, de
los que ahora se hace cargo. Mientras mamá no vuelva, no regresarán a la
escuela.