Argentina: La tragedia de Santa Fe



 Susana Merino*

Las copiosas lluvias y los desbordes del río Salado que han provocado
severas inundaciones en la ciudad de Santa Fé, anegado miles de
hectáreas cultivadas, la muerte de más de un millón de cabezas de
ganado y la pérdida de sus viviendas a más de cien mil familias,
además de un todavía incierto número de vidas humanas son la cruel
pero predecible respuesta a décadas de explotación irracional de
nuestros recursos naturales y a la absoluta falta de inversiones que
pudieran haberlas atenuado.

Múltiples pero perfectamente identificables son los factores que han
contribuido a provocar uno de los mayores desastres acaecidos en
nuestro país en el lapso de siglos: el cambio climático generado por
el recalentamiento atmosférico, comúnmente llamado "efecto
 invernadero" originado en la excesiva emisión de anhídrido carbónico,
producido por la combustión de hidrocarburos, (especialmente en el
hemisferio Norte), la eliminación persistente y progresiva de la masa
forestal de la llamada Cuña boscosa que reducía el impacto de la
lluvia sobre la tierra y permitía una mayor y más lenta absorción del
agua por los suelos de la región y la introducción del cultivo
extensivo e intensivo de la soja en los campos deforestados son sin
duda sus principales componentes.

La presencia del monte natural biogeográficamente característico de
una amplia zona del noreste argentino permitía que los árboles
retuvieran el agua de lluvia en sus copas, sus ramas, sus raíces y en
las plantas que constituyen el sotobosque, evitando las escorrentías,
posibilitando que los suelos actúen como una gran esponja e impidiendo
el desborde de los cauces que naturalmente reciben el excedente
pluvial. La tala indiscriminada de esos bosques, cuya riqueza
alimentaria y maderera, fue la base de sustentación de las poblaciones
locales ha tenido por único objetivo la ampliación de las áreas
cultivadas con cereales transgénicos, especialmente soja, cuyos rindes
siguen despertando la codicia de las grandes empresas del sector.
Estos cultivos no solo impermeabilizan los suelos sino que también el
aumento del uso de fertilizantes y de biocidas no degradables, que
estos requieren, contamina las aguas, volviéndolas extremadamente
peligrosas y nocivas para la totalidad de los seres vivos incluido el
hombre y alterando gravemente los ecosistemas. Ya en 1961 la
Organización Mundial de la Salud, afirmaba, refiriéndose a las aguas
dulces continentales que su composición y su estado estaban ya tan
deteriorados que "ya no reúnen las condiciones necesarias para uno u
otro uso o al conjunto de utilizaciones a las que se hubiera destinado
en su estado natural".

Esta transformación no se hubiera producido sin la anuencia y la
complicidad de los dirigentes políticos nacionales y provinciales, los
responsables del contralor forestal y las empresas de desmonte que con
sus topadoras han arrasado el bosque e ignorado todo tipo de leyes
públicas y naturales. Esta tragedia es el precio que la Argentina está
pagando por haberse convertido en el segundo productor mundial de soja
ya que como dice Jorge Cappato, premio Global 500 de las Naciones
Unidas . "Esto no es un desastre natural. Para hacer esta tragedia no
alcanza con una lluvia extraordinaria. Hacen falta suelos agotados por
los monocultivos, una deforestación irracional en toda la cuenca,
rutas mal construidas, calentamiento global, falta de circulación de
la información científica y, sobre todo, una dirigencia inoperante con
un inconcebible desprecio por los que menos tienen que es de donde
paradójicamente hace veinte años recogen los votos"

Y no es que no existan leyes destinadas a impulsar un desarrollo
económico, social, político y cultural en el amplio marco de la lucha
contra la desertificación, ya que contrariamente a lo que se cree, las
dos terceras partes de la argentina son semiáridas sino que la
instalación de la maximización de las ganancias y el provecho
empresario, arrasan como los desbordes hídricos, con cualquier tipo de
reglamentaciones tendientes a garantizar un desarrollo equitativo y
ecológicamente sustentable.

El desastre de Santa Fe constituye un desesperado grito de alerta de
la naturaleza que si no somos capaces de atender y de entender seguirá
causando tantas pérdidas humanas y materiales como quizás seamos
incapaces de imaginar. Es inútil que los responsables políticos sigan
escudándose en el pretexto de la imprevisibilidad de los fenómenos
meteorológicos, la reiteración y el agravamiento de estas catástrofes
serán irreversibles si no comienza a primar la cordura, la sensatez y
el llamado de atención de los expertos cuyos conocimientos científicos
permiten identificar, las verdaderas causas, que casi nadie menciona,
de estos gravísimos problemas. De lo contrario seguirá cumpliéndose el
pronóstico del biólogo Francisco Marraro "Siembra soja y cosecharás
inundados"

*Miembro de ATTAC-Argentina y editora de El Grano de Arena